Se debió a la donación al país de 7.500 hectáreas en la comarca del Nahuel Huapi realizada por el científico y explorador, Francisco Moreno, encargado por el gobierno de entonces a la demarcación de límites con Chile. Fue la piedra basal de un proceso que hoy continúa a través de las 35 áreas naturales protegidas en todo el territorio nacional.
El 6 de noviembre de 1903, el científico y explorador Francisco Moreno donó al país 7.500 hectáreas ubicadas en un sector de la comarca del Nahuel Huapi, tierras que la habían sido otorgadas en recompensa por sus servicios, gratuitos durante 22 años, en la demarcación de límites con Chile y que significó el inicio de la red de Parques Nacionales que en la actualidad está constituida por 35 áreas naturales protegidas.
El entonces presidente Julio A. Roca aceptó el legado, y fue así que el 1 de febrero de 1904 la Argentina se convirtió en el tercer país de América y el quinto del mundo que decide instaurar un Parque Nacional, tras Estados Unidos, Australia, Canadá y Nueva Zelanda.
Debieron pasar casi veinte años para que los anhelos del Perito Moreno comenzaran a tomar forma con las iniciativas del presidente Hipólito Irigoyen de establecer el Parque Nacional del Sud, antecedente del Nahuel Huapi, y la compra de 75 mil hectáreas alrededor de las cataratas de Iguazú.
El 9 de octubre de 1934, bajo la autoría intelectual de Ezequiel Bustillo, se promulgó la ley 12.103 que creó la Dirección de parques Nacionales, que además de ensalzar las bellezas naturales, privilegió el afianzamiento de la soberanía en zonas limítrofes mediante el desarrollo turístico, transformándose en un “verdadero instrumento de colonización”, según palabras del propio Bustillo.
De esa época surgieron los Parques patagónicos de Lanin, Los Alerces, Perito Moreno y Los Glaciares, todos situados sobre la entonces “caliente” frontera con Chile, y sin importar que los propietarios originarios de dichas tierras, los Mapuches, perdieran sus pertenencias.
El crecimiento de los pueblos fronterizos de la mano de la creación de los Parques entró pronto en confrontación con el concepto de conservación, situación que provocó que el organismo especializado se amurallara tras un proteccionismo a ultranza.
A mediados del siglo veinte, nacieron los Parques El Rey, Río Pilcomayo y Chaco, así como Laguna Blanca, en las estepas patagónicas. En tanto, de 1960 a 1981 se incorporaron a la red siete nuevas áreas naturales protegidas: Formosa, Tierra del Fuego, El Palmar, Baritú, Lihué Calel, Calilegua y Laguna de los Portezuelos, y se inauguró el centro de instrucción de guardaparques.
Esto permitió la formación de cuadros técnicos especializados, el avance en el conocimiento del patrimonio biológico de las áreas y la introducción de medios interpretativos.
El advenimiento de la democracia dejó a un lado la visión proteccionista a ultranza que dominaba a la autoridad de parques y las unidades de conservación dejaron de percibirse como meros refugios para especies amenazadas.
Se comenzó entonces un lento pero progresivo acercamiento con las comunidades locales a través de la capacidad de las autoridades de la APN para resaltar la condición de las áreas naturales protegidas como bancos genéticos, garantía de procesos esenciales para la calidad de vida y el desarrollo económico, campo fructífero para la investigación y laboratorio de modelos productivos sustentables.
Esta visión permitió incorporar a la red a otras catorce áreas: Otamendi, Colonia Benítez, San Antonio, Sierra de las Quijadas, Pre Delta, El Leoncito, Campo de los Alisos, Mburucuyá, Los Cardones, San Guillermo, Talampaya, Quebrada del Condorito, Copo y Monte León.
Además, el Monumento Natural Bosques Petrificados sextuplicó su superficie; el Parque Nacional Lihué Calel la triplicó y está a punto de incorporaron los Parques de Pizarro y Nogalar. Asimismo, se lograron sumar las primeras muestras del Monte de las Sierras, Bolsones, los Esteros del Iberá, el Delta Paranaense, La Pampa y el litoral Patagónico.